Y entonces, terminó el banquete.
Aquella noche, un portazo seco alarmó a un insecto rastrero que raudo ocultó sus antenas en las grietas de la pared que da al jardín de la casa vecina.Un silencio - no como el de los poemas sino como si se le hubiese bajado el volúmen a un aparato estereofónico - fue la señal que nadie advirtió, excepto dos sonámbulos que miraban hacia los adentros de sus párpados.
Primero oyeron un bisbiseo mojado, sudoroso. Después, un chillido como el de un grillo sin una pata. Con un segundo de diferencia, los dos sonámbulos, - aunque ambos se sotenían sobre un solo pie, uno de ellos, además, tenía un brazo totalmente extendido- contuvieron la respiración para hacer claro el murmullo que ahora poseía un eco metálico. Cuando el insecto rastrero dejo de mover una de sus antenas oyeron una voz que decía así:
"...tus hacedores te tuercen la nariz y el hocico y te desconocen y te piensan bastarda y apenas te recuerdan cuando desapareces en aquel torbellino que es tu verdugo. Ésa es una cínica mayoría. Pero hay quienes te compadecen y hacen de la despedida una ocasión especial, única. Son los que respiran de tu aire; son los que te contemplan y saben que eres diferente a todas sus otras creaciones por no decir acaso la mejor de todas; son los que te recuerdan en todo lo que hacen; son los que te aluden en todo lo que dicen; son los que te buscan en donde no pueden hallarte; son lo que te invocan cuando dicen que lo hacen sin darse cuenta; son los que husmean el reloj siempre retrasado; son los que siempre pierden en la ruleta rusa; son los que sueñan que los demás sean como tú; son los que te ven en todas partes y se sienten como tú porque son como tú, son los dignos de ti, mi ..."
En ese instante, el insecto volvió a mover su antena y esa noche se la pasaron conteniendo la respiración.
Ya en la mañana, uno de los sonámbulos - el del brazo extendido - se asomó por su ventana cerrada y la luz permitió que contemplara su reflejo. Vió su rostro arrugadísimo. Meditó. ¡Mierda!, dijo, y entonces lo comprendió todo.
Aquella noche, un portazo seco alarmó a un insecto rastrero que raudo ocultó sus antenas en las grietas de la pared que da al jardín de la casa vecina.Un silencio - no como el de los poemas sino como si se le hubiese bajado el volúmen a un aparato estereofónico - fue la señal que nadie advirtió, excepto dos sonámbulos que miraban hacia los adentros de sus párpados.
Primero oyeron un bisbiseo mojado, sudoroso. Después, un chillido como el de un grillo sin una pata. Con un segundo de diferencia, los dos sonámbulos, - aunque ambos se sotenían sobre un solo pie, uno de ellos, además, tenía un brazo totalmente extendido- contuvieron la respiración para hacer claro el murmullo que ahora poseía un eco metálico. Cuando el insecto rastrero dejo de mover una de sus antenas oyeron una voz que decía así:
"...tus hacedores te tuercen la nariz y el hocico y te desconocen y te piensan bastarda y apenas te recuerdan cuando desapareces en aquel torbellino que es tu verdugo. Ésa es una cínica mayoría. Pero hay quienes te compadecen y hacen de la despedida una ocasión especial, única. Son los que respiran de tu aire; son los que te contemplan y saben que eres diferente a todas sus otras creaciones por no decir acaso la mejor de todas; son los que te recuerdan en todo lo que hacen; son los que te aluden en todo lo que dicen; son los que te buscan en donde no pueden hallarte; son lo que te invocan cuando dicen que lo hacen sin darse cuenta; son los que husmean el reloj siempre retrasado; son los que siempre pierden en la ruleta rusa; son los que sueñan que los demás sean como tú; son los que te ven en todas partes y se sienten como tú porque son como tú, son los dignos de ti, mi ..."
En ese instante, el insecto volvió a mover su antena y esa noche se la pasaron conteniendo la respiración.
Ya en la mañana, uno de los sonámbulos - el del brazo extendido - se asomó por su ventana cerrada y la luz permitió que contemplara su reflejo. Vió su rostro arrugadísimo. Meditó. ¡Mierda!, dijo, y entonces lo comprendió todo.
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