El acto de recolectar basura es sublime, al margen de que la ciudad de los hombres termine alimentándose de sus desperdicios. Curiosa ley humana. No volveré a despreciar el sonido de la campanita-triángulo, acompañado del ladrido de los perros, que pasa todas las mañanas por la calle mi casa.
Hace unos días razonaba sobre el hecho de morir y llegué a la conclusión de que aún no quiero hacerlo. Hoy no, mañana sí. No amo la puerca vida ni tampoco la odio. Los límites de la indiferencia estática y moralmente suspendida son como globos de agua bastante cómodos como para revolcarse sobre ellos con algunos cigarros. Dios debe ser como un cigarrillo que nunca se termina. La inmortalidad debe ser aburrida. La imagen de un suicidio perpetuo lo es más. Rutina. Me voy a morir-podrir. Mi hijo se llamará Joaquin o José Arcadio y orinará sobre mi epitafio. Me puse en ocasionales situaciones límites con la intención de que mi mente vomite ideas o sugerencias sobre las maneras de morir más felices o terribles. Algunos amigos opinaron. Cada uno en lo suyo y sus fobias con los 4 elementos - el amor no cuenta-: quemado, asfixiado, ahogado, enterrado, triturado, decapitado y ado, ado y ado...
Bahhhh!!!!!¡No más!¡Qué flojera! La mejor manera de morir es esperar con resignación, como Nobuo Takagi, a que te maten.
Desperté con ganas de beber y mi mente pensó en la capital de Ucrania. Me recordé degustando un vodka barato. Kiev y las arcadas, Kiev y cifrut, carajo... no más. Así llegué a Pajaranov, Paradjanov o Paradzhanov ( elija el que más le acomode). El director ucraniano intentaba hacer una película que finalmente censuraron. Pero como todo buen bebedor de vodka, montó una especie de colage de película con partes que que permanecieron intactas después de que las autoridades soviéticas pararan la producción de Frescos de Kiev y pidieran que los negativos sean destruidos.
NO es necesario ser ucraniano para entender el cortometraje, pero ES necesario beber vodka KIEV mientras la ve.
Era la primera vez que contemplaba tanta indignación en el rosto de mi padre y, por el parecido que le tengo, era como verme a mí mismo. Malcon Mcdowel, con bastón en mano, hacía de la suyas en ese mundo de imágenes violentas y sonoras llamado La Naranja Mecánica. Fue suficiente. Su lógica impulsó a su inocente y tierna ignorancia a proferir una frase que define algo más que a sí misma; una frase que es una forma de desver el mundo; un constructo verbal que establece que recorremos aquel sendero que siempre se bifurca a distintos ritmos; una altiva pespectiva de la historia que cada ser humano escribe; una cadencia moral grosera y arcaica: Solo es gente que camina. Tan simple, tan sencillo.Comprendí entonces lo relativo de lo trascendente. Fue conmovedor verle levantarse del sillón y caminar hacia quién sabe dónde.