lunes, 18 de mayo de 2009

Los asesinos - Martin Taidy, 2006

Hace unos días razonaba sobre el hecho de morir y llegué a la conclusión de que aún no quiero hacerlo. Hoy no, mañana sí. No amo la puerca vida ni tampoco la odio. Los límites de la indiferencia estática y moralmente suspendida son como globos de agua bastante cómodos como para revolcarse sobre ellos con algunos cigarros. Dios debe ser como un cigarrillo que nunca se termina. La inmortalidad debe ser aburrida. La imagen de un suicidio perpetuo lo es más. Rutina. Me voy a morir-podrir. Mi hijo se llamará Joaquin o José Arcadio y orinará sobre mi epitafio. Me puse en ocasionales situaciones límites con la intención de que mi mente vomite ideas o sugerencias sobre las maneras de morir más felices o terribles. Algunos amigos opinaron. Cada uno en lo suyo y sus fobias con los 4 elementos - el amor no cuenta-: quemado, asfixiado, ahogado, enterrado, triturado, decapitado y ado, ado y ado...

Bahhhh!!!!!¡No más!¡Qué flojera! La mejor manera de morir es esperar con resignación, como Nobuo Takagi, a que te maten.

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